Antes de contemplar una crianza menos traumática, contemplemos el trauma adulto.
Los adultos tenemos traumas de los que somos conscientes y de los que no. De los que sí, como no confiar en nadie por miedo. De los que no, como el hecho de enfadarte y ponerte triste cuando a tu pareja se le olvida el chocolate de la tienda que le pediste, sin saber por qué, y resulta que conecta con el hecho de que cuando eras pequeño/a nadie cubría mucho lo que tú necesitabas… O cuando no somos capaces de ver un fallo en nuestro trabajo como algo humano y natural de lo cual aprender, porque nos abruma emocionalmente el pensamiento de poder defraudar a nuestro jefe, al igual que nos sobrepasaba defraudar las expectativas que una figura de autoridad (estricta), depositaba sobre nosotros cuando éramos pequeños. Ser un adulto que pretende criar a una generación nueva, de forma que esta generación no tenga que recuperarse de ningún trauma cuando sea adulto, es complicado sabiendo que nosotros los tenemos y, que en cualquier momento podemos fastidiarla por ellos.
En los adultos, la respuesta al trauma se manifiesta de muchas maneras: Búsqueda de control total, sentirse responsable de los sentimientos de los demás, buscar la aprobación del mundo y sus «likes» para validarnos porque no se nos valoró en el pasado, no saber poner límites o poner tantos que no permitamos que nadie se nos acerque, tener dificultad para entregarse al amor o tener empatía, no querer que alguien tenga lo que uno no tiene, ver el trabajo como algo malo porque así lo vivían nuestros padres, no sentirnos lo suficientemente buenos, creer que los amigos no existen, que todo el mundo traiciona o engaña, buscar el orden y la perfección, ser hostiles con nosotros mismos, no soportar que otros fallen porque no se soportaba cuando nosotros fallábamos, no tolerar personas que aceptan sus cuerpos como son porque «deberían no conformarse», tener una relación difícil con la comida, obsesionarse con el gimnasio porque necesitamos crear una coraza más fuerte para contener nuestra sensibilidad, decir que sí porque nos da miedo perder seguridad (o por mantener la paz), o decir demasiado que no porque no dejamos a nadie fallar ni que entre en nuestra vida, sentirse a la defensiva a la mínima crítica, buscar aislamiento o escaparse constantemente, no creer en la palabra de nadie o ver el mundo desde un punto de vista hostil…
Son tantas las manifestaciones que los traumas no sanados nos han condicionado que, sí, han ido sutilmente edificando nuestra personalidad alrededor de ellos. Es una frase un poco fuerte, porque decir que nuestra personalidad se ha construido alrededor de nuestros traumas no causa ira, pena y muchos otros sentimientos complicados por dentro. Parece que hemos llegado a un punto en el que cada día más personas quieren cambiar esta configuración a la que se le añaden las influencias de las culturas, la sociedad en la que hemos nacido, y las creencias que también nos han podido imponer, porque cada día más personas quieren desdibujarse viajando, ampliando, indagando en sí mismos etc…
Nosotros, al comenzar a ser conscientes, nos damos cuenta de cómo «luce» en nosotros los traumas no sanados: la súper independencia y el no necesitar a nadie o el polo opuesto donde nos sentimos muy dependientes de otros, poner tus necesidades a un lado para servir a otros, no sentirse cómodo alrededor de las personas, no contarle a nadie tus problemas por miedo a que te traicionen y lo cuenten, tolerar comportamientos abusivos de otros, relaciones a medias, tener miedo siempre de qué es lo que va a pasar ahora, tener dificultad de conectar con ese lado salvaje que no teme poner límites sanos, sentir que no tenemos autoestima, sentir culpa y vergüenza pensando dejar a personas que no nos hacen ningún bien… Estas cosas hacen difícil que criemos a nuestros niños del futuro sin traumas, porque sin querer, aunque no les estemos haciendo «nada malo», en realidad, al arrastrar los nuestros, los estamos condicionando no desde nuestra libertad de ser, si no desde lo que nos han enseñado y «nos hemos enseñado a ser». Puede que quieras sobreproteger a tus hijos y a raíz de ello, aún con la mejor intención, no sepan luego cómo manejarse solos en el mundo, puede que quieras «prepararles para que sean fuertes e independientes» y a raíz de ello no logren conectar a un nivel profundo con nadie.
Para promover un futuro con niños que no necesiten recuperarse de sus traumas, vamos a necesitar curar nosotros los nuestros (más bien trabajar con los nuestros) porque, míralo así: nuestros niños salen/crecen de/con nosotros, si tú no sanas, ellos tampoco. Cuando éramos niños, teníamos unas carencias particulares: heridas de amor, de seguridad, de abandono, de falta de inclusión o información, de rechazo, de identidad, de agresión, injusticia, herida de falta de comunicación y expresión, de falta de referentes, de abuso, carencia de alegría, de alimento real o emocional… Porque sí, traumas son lo que nos pasó, pero ojo, también lo que NO nos pasó… Todo aquello que fue ignorado, suprimido, prohibido, no nutrido. Esas cosas tienen un impacto futuro, ya que como seres humanos tenemos tres pilares fundamentales que cubrir: Necesidad de seguridad, de conexión y de autenticidad. Cuando nuestras necesidades no son cubiertas ni encontradas, entramos en el modo de supervivencia, lo habrás escuchado. Una vez que este modo entra en nuestro corazón, nos desconectamos del mundo, de nosotros, de nuestro amor, y nuestra percepción del mundo se distorsiona tanto en cómo nos vemos a nosotros mismos, como hacia creencias sobre cómo es el mundo. Una vez que el mundo se nos distorsiona, a su vez, distorsionamos sin querer a otros, les condicionamos, los sometemos a «nuestra protección» y a las formas heridas y heredadas.
Hay que ser un auténtico valiente para pararnos a ser testigos de nuestras formas de ver el mundo, pensarlo y sentirlo. Juzgar por nuestro bien por qué somos como somos, por qué hay cosas que nos molestan tanto, tantas cosas que nos «disparan» por dentro una alarma, tantas que rechazamos por pánico, tantas que creemos porque «siempre ha sido así». La de cosas que hacemos para «proteger» una autoestima desnutrida porque no hemos aprendido qué es autoestima de verdad… La de crítica que hacemos sobre cómo vive otro su vida solo porque eso aún no lo hemos sanado en nosotros mismos.
Pienso que una crianza menos traumática va a necesitar que, antes de responder y actuar sobre nuestros hijos o niños del alrededor, nos paremos a pensar si esa es la mejor manera. ¡Hay tiempo!, es mejor pararnos un momento a cuestionarnos, antes que llevar el piloto automático, y en todas esas ocasiones van a entrar en juego: El desarrollo de una comunicación responsable, calmada y de respeto, creer en ti lo suficiente como para saber que las decisiones que tomas por los niños son justas, firmes, pero tolerantes con las emociones que se pueden desencadenar, y dejar que los niños sientan el mundo a su manera, darles espacio para equivocarse, para sentir las emociones duras como la ira, el enfado, la pena, la frustración, el luto, el dolor. No invadir sus mentes de frases tóxicas heredadas, e intentar mantenernos en nuestro centro todo lo posible sabiendo que, si un día perdemos los papeles, les haremos entender que no somos perfectos tampoco, que se nos puede perdonar porque luchamos por ser mejores de cara al futuro, tenemos en cuenta sus voces, y también tenemos derecho a estar cansados, enfadados, tristes o lo que sea. Muchos padres viven con el pensamiento de que deben ocultar a sus hijos lo que sienten, pero esto es cosa del pasado. Es hermoso llorar y hacerles entender que un día estamos tristes, pero que nos lo permitimos al igual que se lo permitimos a ellos y no ir corriendo a «arreglarlo». Todo tiene un tiempo en esta vida, incluidas las emociones, y en este mundo de prisas, damos demasiado por hecho que los niños ya deberían saber algunas cosas, cuando prácticamente acaban de «llegar».
La realidad es más complicada que toda esta teoría, porque la mayoría crían a sus hijos a la par que están intentando sanar, tienen parejas con las que están haciendo crecimiento interior propio a la vez que crecimiento conjunto, y compaginarlo todo a la vez requiere de: Paciencia.
Dentro de todo este contexto, de todo lo dicho, lo primero que te aconsejo hacer es que empieces a plantar dos semillas dentro de tu corazón: Una es una madre nueva, la otra es un padre nuevo. Sí, oyes bien. Sin culpa. Esto se llama «reparenting», y es la mejor manera de empezar a sanar en pos de una crianza mejor. Cada día, vas a regar las semillas de haber plantado en ti mismo/a, la mejor madre que pudiste haber tenido jamás y el mejor padre que podrías haber tenido jamás (puedes hacer redacciones al respecto). ¿Por qué? Porque las generaciones anteriores no supieron cubrir nuestras necesidades reales, y aunque te salga natural esa firme creencia de «lo hicieron lo mejor que pudieron», «eran otros tiempos» etc, ninguna frase quita que esto no siga siendo real. Porque a ellos también les pasó. Somos la primera generación de adultos que realmente se para a contemplar esto. Tú puedes querer a tus padres y sin embargo, separar algunas verdades de las emociones de culpa, vergüenza y lealtad por encima de «cualquier cosa». Tus padres lo hacen como pueden, pero, ¿qué necesitabas tú? Tú en concreto, no lo que ellos pensaban que tú necesitabas. Es labor nuestra, ya como adultos, ser los padres que necesitábamos para nosotros mismos, porque la herida generacional sigue ahí. Invisible, repercutiendo en las parejas que eliges, los trabajos, y la manera en la que te hablas.
Estas semillas irán creciendo, serás más feliz cubriéndote de ese manto de amor por tu niño/a interior. Te darás descanso permitido un día que estés agotado o no quieras hacer nada, te darás el permiso de tener emociones difíciles, te darás un capricho sin culpa, dirás que no cuando algo no te apetezca o convenza, te concederás un tiempo para procesarte y un largo etc personalizado por ti. Tus hijos o tus niños cercanos, van a ver todo eso en ti, y tu paz sanará tu sistema nervioso, sanará el de ellos, y podréis hablar con apertura siempre de todo esto. Sé que, a la par, buscarás mucha información, sí, pero empieza por esas dos semillas, que son la clave de que tu niño/a interior, en la forma corpórea de tu hijo/a, sea feliz. Feliz porque no está mal llorar, que le rechacen alguna vez, llevar las uñas pintadas, no saber bien cómo manejar sus emociones conociendo que está trabajando en ello igual que tú, no está mal gritar de felicidad, o dibujar al monstruo de su ira, dar su opinión y que sea validada. Feliz por el vaivén de la vida que no es lineal ni puntual muchas veces, porque sabe cuándo se está obsesionando y necesita parar su mente… Feliz porque puede acudir a ti con confianza porque tú sabes acudir a tus padres interiores para lo que sea, porque su madre/padre no castra su deseo por la vida, su sexualidad consigo mismo/a, sus ganas de explorar, sus ganas de saludar a todo el mundo, su pasión por hacer algo «que no le da dinero» o «lo encamina a la sobreproducción laboral»… Y todo… porque tú eres ya así también contigo.
Libres de mí, es amor incondicional.
Yo sueño mirar atrás
y ver una linea divergente en el aire,
que no haya del dolor otro arrastre,
que no haya enfermedad
Fragmento de, Mujer Poesía